Adiós a un periodista de siempre

Adiós a un periodista de siempre

Ramón Gorriarán. / colpisa

Un cáncer se lleva a los 66 años a Ramón Gorriarán, jefe de Nacional de Colpisa con cuatro décadas de oficio a sus espaldas

Paula De las Heras

Se nos ha muerto Ramón Gorriarán, a los 66 años, y, hoy más que nunca, desearía tener su capacidad para retratar con palabras al más complejo y al más simplón de los personajes, para definir los contornos de su figura y dibujarlo, como él hacía, con pocos pero certeros trazos. Ramón era, desde 2011, jefe de la sección de Nacional de Colpisa, pero pese a tener que asumir labores organizativas que le robaban mucho tiempo y de las que, como nunca se molestó en ocultar, disfrutaba más bien poco, jamás quiso quitarse el traje de faena y dejar de escribir. Fue nuestra suerte y la de los lectores que durante años pudieron disfrutar de su buena pluma y de su capacidad de análisis de la realidad política.

Ramón era un tipo humilde y silencioso, un ‘morrosko’ donostiarra (decía de sí mismo con su particular sorna) que sabía hacerse querer y que, a su manera, poco efusiva, resultaba tierno. La economía de palabras con la que se comunicaba en la vida cotidiana se traducía en dardos certeros en sus crónicas. Siempre se sintió más cómodo hablando y viviendo la vida a través del papel. Quizá por eso, su intención era seguir colaborando con la Redacción Central tras su jubilación, prevista para este mes de septiembre que nos lo ha arrebatado. Y quizá por eso cuando el pasado mayo le diagnosticaron el cáncer que se lo ha llevado por delante pidió seguir trabajando, aunque la maldita enfermedad hizo mella en su concentración.

Estudió Historia y eso, como su afición por la lectura, lucía en su bagaje. Pero el virus del oficio le infectó desde muy joven. Se marchó a América Latina, acabada la carrera, para buscarse la vida como corresponsal y desde allí colaboró con medios como el diario ‘El País’. Aquellos años en países como Argentina, Ecuador o Bolivia, fueron para él los más jugosos e interesantes de su vida periodística. Lo hizo todo, desde entrevistar a Gabriel García Márquez, algo de lo que se sentía especialmente orgulloso, o escudriñar en el peronismo a tratar de sucesos. De ellos le quedó su interés por la región. Nunca pidió nada para sí. Sin embargo, todos sabíamos que los viajes al otro lado del charco para cubrir las cumbres iberoamericanas eran su negociado exclusivo y que no estaría dispuesto a compartirlos.

El nacimiento de su hijo Gorka y la voluntad de darles a él y a su mujer, Ana, una vida más estable fueron razones de peso en su regreso a España, donde además de ejercer como director de un pequeño periódico local en Castilla-La Mancha, se integró en El Sol, el diario generalista fundado por el Grupo Anaya en 1990 y en el que coincidió con otros grandes periodistas como Arsenio Escolar, Ramón Lobo o sus amigos Rosa Paz y Gonzalo López Alba. Aquel fue un proyecto tan ambicioso e ilusionante para la joven redacción de la que formó parte como breve. En 1992, el diario echó el cierre y Ramón se convirtió en el corresponsal político de El Correo en Madrid.

Más adelante, se incorporó a la redacción de la agencia del grupo vasco que luego se convertiría en Vocento, consecuencia de la fusión con Prensa Española. Se hizo madrileño, pero nunca abandonó su amor por Donostia, a la que regresaba cada verano y su carácter vasco le hacía sentirse especialmente cómodo entre los suyos. No tardó en hacerse un grupo de colegas de distintos medios como Luis Aizpeolea, la citada Rosa Paz, Txelu Aguinaga o Gorka Bravo (que trabajaba para el ministro socialista Juan Manuel Eguiagaray) con los que compartía cenas y charlas sobre su tierra y a los que siempre ha estado muy unidos.

Sabíamos que debíamos empezar a despedirnos de él porque la jubilación, a la que se acercaba con una mezcla de temor y deseo, estaba cerca. Pero todo ha sido demasiado rápido y demasiado definitivo. La vida, canalla, le ha robado un último paseo por La Concha.

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