Estos son los guardianes de los muertos

Estos son los guardianes de los muertos

Este 1 de Noviembre será un día de trasiego para los hermanos fossores, la única congregación religiosa del mundo dedicada a enterrar a los difuntos y cuidar de los cementerios, mimando sus jardines y adecentando nichos y sepulturas. La orden, fundada en Guadix (Granada) en 1953, acaba de cumplir 70 años, y vivió tiempos dorados con cerca de una treintena de monjes repartidos en camposantos de siete ciudades españolas. Actualmente solo quedan seis religiosos en sendas comunidades de Guadix y Logroño, tres en cada una.

El hermano Hermenegildo es de los más veteranos. Lleva 56 años en la congregación accitana, uno menos que el hermano Rafael (57) y uno más que el hermano Alberto (55). A sus 78 tacos «bien cumplidos» y ataviado con una austera túnica marrón, sigue entregado a la causa fossor (de fosa) con la vocación (no diremos con la ilusión) del primer día. «Aquí no se entierra a nadie sin un padrenuestro y un gesto de cariño».

Hermenegildo dejó su trabajo en Correos en Huelva para ingresar en los fossores de Guadix. «¿Tú te vas a hacer monje en un cementerio con lo miedica que eres?», recuerda que le dijeron. Desde entonces no ha faltado a su cita con la parca, «una nuez que tiene una cáscara muy amarga pero un interior muy sabroso», como le dijo el obispo al fundador de la orden cuando le contó su idea de crear la congregación.

La suya es una vida sacrificada, de austeridad y compromiso. Los fossores se levantan a las seis de la mañana, se encargan de abrir y cerrar la cancela del camposanto, de su limpieza, del cuidado de los jardines, de enterrar a los finados o de extraer un ataúd y reducir los huesos que yacen en su interior para dejar hueco en la sepultura a otros restos. La muerte les acompaña en vida y los cadáveres no les asustan.

«Hay que barrer más estos días»

Estos días no paran. El cementerio de Guadix, con una población de 18.000 vecinos, no suele recibir más de una veintena de visitas, pero por la festividad de Todos los Santos llegan varios miles. El ajetreo es constante. «Hay que barrer mucho más y atender a la gente que pregunta por el nicho de algún familiar», apunta Hermenegildo, que cuenta con la ayuda de los servicios municipales. «Los tres que quedamos ya tenemos una edad avanzada y es mucho trabajo para nosotros solos».

El monje confiesa que la muerte «es un fastidio tremendo», pero «es el camino que Dios ha elegido para llevarnos a Él. No es el final, es un tránsito, el autobús que cogemos para llegar a Cristo. Si no la asociamos a la pasión y muerte de Jesús sería imposible de explicar, no tendría sentido alguno».

Los fossores celebran cada día la misa en el cementerio y Hermenegildo cree que si los difuntos pudieran hablar, «agradecerían» el gesto. La orden lleva años en peligro de extinción, pero esa tumba aún tendrá que esperar. «Somos pocos, pero es que esta orden exige perseverancia y compromiso, como cualquier matrimonio». Aunque no a todos les gusta casarse con la muerte. «Algunos prueban la experiencia y no aguantan«.

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