Javier Sancho Más / Jorge Martínez
Jueves, 19 de septiembre 2024, 01:27
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No tuvieron mala mar. Durante cinco días y cinco noches la mar no fue el problema. Pero aquello no era un barco. No era ni mucho menos lo que le habían prometido a Nana Nyarku-Eku (nacido en Ghana) por los casi 700 euros que pagó por la travesía desde Mauritania hacia Canarias. Le hablaron de «un barco», no de una patera. No sabía ni siquiera lo que significaba esa palabra hasta que la vio endeble, estrecha, oscura, balanceándose. Tampoco sabía que se tendría que disputar aquel espacio con otros 44 hombres hacinados, todos con el mismo objetivo de Nana: llegar a las Islas Canarias. Europa.
Ahora Nana va a cumplir 60 años. Nervudo y con gafas gruesas por dificultades de visión, amante de los detalles y una gran memoria para las fechas, nos cuenta su historia en la habitación de la casa-comunidad de Traperos de Emaús en la pedanía de Los Ramos, en Murcia. En la casa, construida a principios del siglo XX para servir de finca de recreo, hay 15 compañeros más, la mayoría trabajadores, como él, de la empresa de inserción (EI) Traperos Recicla. Un lugar que se convierte en el hogar de los que están en el camino de vuelta de muchas odiseas personales.
Traperos Recicla es una de las empresas de inserción (EI) más veteranas en Murcia. Se constituyó en 2007, cuando salió la primera ley de EI. Trabaja en el sector de la recogida y gestión de residuos, lo que implica un sistema complejo de selección y recuperación de enseres, libros, ropa, y todo lo que pueda reciclarse y venderse en las tiendas solidarias, como La Petite Emaús, en la calle Cartagena, 66; o la librería Traperos, en Ronda de Garay, 39. También dispone de dos rastros, uno en Molina de Segura y otro en Los Ramos.
Francisco (Paco) López Vidal, coordinador de Traperos de Emaús en Murcia y presidente de la asociación en España, también está en sus sesenta. Habla con los ojos brillantes. Nos comenta sobre lo mucho que se luchó para que la ley de empresas de inserción (EI) de 2007 no limitara a tres años el período máximo de contrato dentro del itinerario de inserción, porque «el mercado laboral no está abierto a las personas que están o lo han pasado mal».
Pese a que los datos de las EI de Murcia y España indican que la empleabilidad de los trabajadores de inserción es muy alta al concluir los períodos de tres años, en el sector en el que trabaja Traperos es otra historia. La experiencia de Paco es que muy pocos de ellos consiguen, después de los tres años, mantener un empleo.
-¿Qué se puede hacer entonces para cambiar algo más las cosas?
-Lo que nos dice un compañero de Emaús: hacer hasta donde alcancen nuestros brazos.
Según la red de lucha contra la pobreza, solo en la Región de Murcia, hay más de 470.000 personas en riesgo de exclusión, lo que equivale a una de cada tres habitantes de Murcia en la pobreza. O como lo traduce Paco: «Eso son seis poblaciones completas de Molina de Segura». Y, aunque ha bajado algún punto con respecto a años anteriores, sigue siendo muchísimo y «la responsabilidad es de todos», afirma.
Las jornadas en la EI son reducidas, de 35 horas. Los trabajadores que viven en la comunidad de Los Ramos aportan el 40% de sus ingresos para cubrir todos los gastos comunes, lo que también les sirve de ahorro. Los que no trabajan y no tienen ingresos dedican tiempo a las labores en la vivienda y reciben una beca para sus propios gastos.
La soledad es un domingo por la tarde en una plaza de Murcia
Hay momentos de la propia odisea de Nana de los que prefiere no hablar. Pero hay otros, en particular dos momentos, que jamás olvidará, según nos dice en su pequeña habitación de la comunidad de Traperos. El primero transcurre durante una noche.
Salió de su país el 11 de mayo de 2007, cuando tenía 43 años, en un autobús para la frontera. Cruzó Mali, Senegal y Mauritania hasta llegar a la costa de Nuadibú. Desde allí le embarcarían hacia las Islas Canarias.
Las razones para salir son parecidas, presumibles, a las de tantos que se van y no vuelven. Había vivido en una zona rural, pero se fue a trabajar a Acra, la capital ghanesa, en una empresa americana de aluminio. Cuando finalizó el contrato ya había nacido su segundo hijo y no tenía dinero ni otra alternativa que emigrar.
Para el viaje solo pudo aprovisionarse de agua y galletas. Cuando lo llevaron hasta la patera no comprendió cómo tantos hombres podían caber allí. Hasta que tuvo que hacerse hueco entre los otros cuerpos. Y aunque no hubo mala mar, de aquellos cinco días y cinco noches Nana recuerda principalmente la primera noche en medio del océano. El desamparo absoluto: «Tan oscuro todo que nadie podría vernos ni ayudarnos si volcábamos o nos pasaba algo».
«El secreto para no volverme loco es no bajar nunca los brazos y confiar en mí mismo mientras esté con vida»
Nana Nyarku-Eku
«Estuve internado 38 días en un centro para migrantes en las Canarias». Pasó por Málaga, Sevilla, Jaén. Alguien le recomendó ir a Murcia. «Como tú no tienes nadie en España, el mejor sitio es Murcia. Hay albergues, hay trabajo en el campo, buen clima y buena gente», le dijeron.
Pero «yo sufrí mucho aquí. La primera vez que llegué me bajé de un autobús, encontré a alguien de mi color y le pregunté por un albergue. Y al cabo de unas semanas me dijeron que tenía que marcharme. Empecé a dormir en la calle. Alguien me habló de Cáritas para aprender español y quizá conseguir algún trabajo. Acudí a Cáritas en 2007. Me alojaron en un albergue durante 3 meses. De ahí, de nuevo, a la calle».
Así pasaron casi 6 años, entre 2007 y 2013. En la calle. Del albergue a la calle. Las idas y vueltas de los sin techo. Algunas horas también las pasaba en las bibliotecas públicas. Los libros son más hospitalarios a veces que las personas. Quizá por eso, Traperos también puso en marcha una librería en Murcia.
Cáritas se ocupó de Nana en varios periodos durante 7 años, desde 2013 a 2020. Vivió en casas de la organización. Cada mañana se iba a la gasolinera El Rollo, el lugar al que van muchos migrantes de Murcia, en espera de que alguien los contrate por unas peonadas en el campo.
«Algunas veces trabajaba cinco o siete horas y me pagaban 10 euros. Imagínate», dice Nana. «Con eso recargaba el teléfono para llamar a Ghana, a mi familia». Cuenta que a su hija, la pequeña, no le ha ido bien en los estudios, «pero ahora está tratando de estudiar para ser fotógrafa de bodas y eventos. Tiene 22 años». El otro hijo nació en 2007 y estudia Secundaria: «Es muy buen estudiante. Quiere hacer medicina».
Cuenta que empezó a «salir del túnel en 2020», después de la pandemia. «En Cáritas me conectaron con Traperos. Me ofrecieron un contrato aquí, y además me invitaron a vivir en esta casa». Por fin iba a tener papeles. Habían pasado 13 años entre la calle y los albergues, o las casas de acogida donde se ofrecía de voluntario; entre la gasolinera El Rollo y las recargas de teléfono. En esos períodos tan precarios se enfermó algunas veces. No se rindió.
Otro de los momentos que Nana recuerda, a su pesar, es uno que se repite, un calambre que se conecta con tantas otras experiencias: «Lo peor es un domingo por la tarde. Cuando no tienes donde dormir y estás solo en una plaza de Murcia…». Recuerda como en cámara lenta el vaciarse de aquella plaza de las personas que volvían a sus casas.
Y en un breve silencio en la entrevista, el cámara, el director de este especial y quien escribe nos quedamos pensando y haciendo cuentas. Salir de tu país sin nada, con 43 años, dejando familia, dejándolo todo. Cruzar caminando y en bus varias fronteras, embarcarte y llegar a Europa. Y seguir la busca. Dormir 7 años en las calles. Y durante más de 13 años, trabajar, en el mejor de los días, a 2 euros la hora. La pregunta salió sola, sin pensarla dos veces:
-¿Cómo hiciste para no volverte loco?
-Hay que confiar en uno mismo. Si no confías en ti mismo, alguno te puede engañar. Hay que aguantar.
-¿Cuál sería el final de tu historia si tuvieras que escribirla por adelantado?
-Tengo hermanas y mujer, una hija y un hijo. Quiero que tengan una casa.
Nana ha asumido que su misión es ayudar a su familia desde España. Ahora, con papeles, podrá ir y volver algunas veces. Quizá su hijo sí pueda venir a estudiar con él. Pero para su mujer sería difícil. Además, cría un rebaño grande de cabras: «Tenemos sesenta y pico».
En el cuarto, tiene a su lado un libro enciclopédico que se titula ‘Las razas del mundo’. Lo guarda por si le preguntan por su pueblo y él muestra las fotos de la etnia ‘ashanti’, a la que pertenece.
-¿Es racista España?
Nana duda un poco.
-Mi sentimiento es que, en todo grupo de personas, hay una muy buena y otra mala.
Le hablamos de la palabra «resiliencia». Le decimos que él parece un experto en ella. Le preguntamos si puede explicarnos cómo la vive. Responde de inmediato:
-En mi idioma (akan) tenemos una frase que dice: cuando tú estás muerto, se acabó, ya no existes más; pero cuando estás vivo, no puedes bajar los brazos. Lucha hasta el final. Mírame. Mira cuántos años. Y ahora yo estoy tranquilo, cómodo. Nunca bajes los brazos».
El Gusanito
El último miércoles, cada mes, en un recinto circular enorme en el patio trasero de la casa-comunidad de Traperos en Los Ramos, se reúne todo el personal de la organización, incluidos los voluntarios. Se sientan en un círculo grandísimo de más de 50 personas. Hoy han hecho una paella, pero al principio, cuando empezaron esta dinámica, allá por 1995, las reuniones eran con una botella de Coca-Cola y una bolsa de Gusanitos. Por eso se le quedó el nombre de ‘Gusanito’. El objetivo es reciclar lo positivo que se haya quedado desligado por los sentimientos de recelo, o de incomodidad, por los roces de la convivencia en la casa o el trabajo. Una invitación al cambio de enfoque, que empieza solo por acostumbrarse a decir algo bueno de otra persona.
Paco López, el coordinador de Traperos, lo explica en palabras llanas: «Hay gente que se reúne para tocarse las narices y criticarse unos a los otros todo el tiempo. Nosotros lo hacemos para decirnos cosas positivas». Se van pasando una campanita y una trabajadora recuerda que han sido los cumpleaños de varios compañeros: se les canta el cumpleaños feliz. La campanilla que pasa de mano en mano, dicen, tiene el poder de transformar la energía negativa en positiva. Y hay bienvenidas, recuerdos a compañeros y compañeras que no pueden estar por motivos de salud. Y también despedidas. Para algunas personas es su último ‘Gusanito’, porque terminan su contrato de inserción.
Ahora es cuando Nana se levanta y recuerda al señor Blas, un compañero por el que guarda mucho respeto. «Si no ha venido, es que debe estar muy mal», advierte con la campanilla entre las manos, y le envía buena vibra. Entonces, Pedro Sánchez, un trabajador con una historia de superación, toma la campanita y felicita a Paco y a Virginia: «Ellos saben por qué», dice, y no puede continuar porque se emociona, dejando en el aire la incógnita. Otro trabajador habla de sus compañeros más cercanos, los del día a día: «Cuando nos juntamos somos un equipazo. No hay notas para calificarnos a nosotros».
Virginia, la que acompaña
El primer día que Virginia Carrasco, trabajadora social, se entrevistó con el coordinador de Traperos, Paco López, no veía muy claro qué tenía que ver la gestión de los residuos con su perfil. Eso fue en 2011. Hoy, 13 años después, como técnica de acompañamiento y miembro del equipo directivo, se ocupa de que las personas que entran a trabajar en Traperos hagan el mismo proceso de aprendizaje que ella: «Entender que mientras recoges cable tú también estás haciendo trabajo social. No solo recoges residuos».
Para resumirlo de un modo directo, en palabras de Virginia, en Traperos se «recuperan muebles y se recuperan personas». Pero recuperar, nos explica, significa «acompañar» todas las fases de la vida que la trabajadora o el trabajador necesite mientras haga su itinerario de inserción: «No se trata de acompañar solo en el trabajo, o a los que viven en la comunidad (trabajadores sin hogar), sino que se les ofrece un espacio terapéutico».
No todas las personas pueden recuperarse de la misma forma. «Todo depende del punto de partida», insiste Virginia. Por eso, apunta a formas adicionales de medir la inserción. «No solo pueden ser resultados de porcentajes de cuántos han conseguido empleo, sino de si han conseguido recuperar también su salud, su dignidad», entre otras dimensiones. Es algo que siempre incluye en el apartado de observaciones de los formularios de datos cuantitativos que le pide la administración.
Virginia opina que existe mucho desconocimiento de las EI en las administraciones públicas. Ella mantiene contacto con los servicios de empleo y los servicios sociales, pero las áreas de contratación suelen ser un mundo aparte.
En Murcia, el volumen de contratación de las EI por parte de las administraciones públicas está por debajo del de otras comunidades. Si la ley orienta a llegar a un 10% del volumen de todas las contrataciones, en Murcia apenas se llega al 1%.
Paco López, director de Traperos, considera que la figura clave es «el técnico de contratación de un ayuntamiento». Es la persona que debe conocer y estar sensibilizada con las EI. «Un contrato en Molina de Segura nos permite dar trabajo a entre 20 y 25 personas. Y eso sólo en Molina. Imaginaos lo que significaría en la ciudad de Murcia».
La librería de Traperos, un lugar que su gerente, José Daniel Espejo, describe no como una librería sino como un espacio de agitación cultural, suele convocar a recitales y presentaciones. Es viernes y hoy viene una escritora catalana, Myriam Soteras, que recita un verso de su obra: «Hay belleza en el camino hacia lo inútil».
Detrás de la casa de Los Ramos, hay un montículo, donde los compañeros de Traperos han puesto, a cada trecho de camino, un pequeño recordatorio de los que ya no están. Y hasta los monumentos se construyen con restos de cosas recicladas. Restos que, de algún modo u otro, vuelven a la vida. Paco dice: «Devolvemos a la sociedad lo aparentemente inútil para hacerlo útil».
Y como en Traperos, todo parece terminar en la poesía, Paco nos lee sus propios poemas. Y mientras, hemos recordado a otro autor, Ernesto Cardenal, a quien seguro le hubiera gustado conocer este lugar, él que también fundó una comunidad de campesinos, pescadores y poetas. Y escribió esto que calza con este lugar de Traperos:
«Detrás del monasterio, junto al camino, / existe un cementerio de cosas gastadas, / en donde yacen el hierro sarroso, pedazos / de loza, tubos quebrados, alambres retorcidos, / cajetillas de cigarrillos vacías, aserrín / y zinc, plástico envejecido, llantas rotas, / esperando, como nosotros, la resurrección».
Traperos cuenta con una plantilla de más de 20 trabajadores, de los cuales 15 llevan a cabo un itinerario de inserción. Eso quiere decir que, entre 6 meses y 3 años, las personas que entran aquí, y que estaban en riesgo de exclusión, se forman y trabajan bajo contrato, en su camino de vuelta a ser y sentirse parte de una sociedad que los había descartado.
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