Martes, 1 de octubre 2024, 00:36
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Dice Jorge Cadaval (Sevilla, 63 años), la mitad de los Morancos, que, a diferencia de su hermano César, él jamás ha hecho el Camino de Santiago. Así que cuando se propusieron poner en marcha un programa para dar las gracias al público, después de 45 años de carrera, la idea de hacer una ruta para detenerse en localidades de buena parte de la geografía española y encontrarse con testimonios diversos salió casi al instante.
«Hemos hecho una ruta a nuestra bola y siempre con buen sentido del humor, para escuchar lo que la gente de la España rural nos quiera contar», explica Cadaval. Córdoba, Valencia, Cáceres, La Granja (Segovia), Lérida, País Vasco, Asturias y Santiago de Compostela es el periplo que ha seguido la pareja de humoristas, que este viernes comenzará en La 1 su cuarta entrega, a partir de las 22:05 horas.
A Jorge le resulta difícil resumir la experiencia porque «en todos los sitios hay gente que te deja descolocada, estupenda y con profesiones maravillosas». Así, por ejemplo, se deshace en elogios hacia las animadoras de una residencia de ancianos. «No sabes tú qué chicas, con qué corazón más grande los atendían y qué buen rollo. Tenían una mirada limpia y trasmitían muchas cosas buenas, aparte de que daban vida a la gente que estaba allí. Estar en una residencia es algo muy duro», reflexiona el cómico.
No fue la única historia que le impactó. «Hay un testimonio de un chico trans que es muy religioso y que nos cuenta que las monjas la machacaron cuando era pequeña. La llamaban demonio, pero ella tenía tanta fe…», relata. Por respeto a su madre, aquella joven no hizo la transición hasta que cumplió los 40 años, tras su fallecimiento. Entonces, le escribió una carta al papa Francisco donde le contaba toda su historia y le decía que le costaba trabajo encontrar sacerdotes que lo confesaran. La sorpresa fue cuando recibió una llamada del papa Francisco invitándolo a su residencia en Italia.
El Papa tuvo que leer un fragmento de su carta al teléfono porque no daba crédito. «Mi hermano y yo nos emocionamos muchísimo. Por cierto que fue con su esposa a conocerlo y hablaron de todo menos de lo suyo. Al final, el Papa le agarró el brazo y le dijo que buscara una iglesia en la que hubiera gente inteligente que le escuchara, y desde entonces su vida ha cambiado», recuerda.
Reivindicar otra España
El espacio es también una manera de reivindicar la España rural y las pequeñas localidades frente a las grandes urbes. «Estamos todo el día hablando de Madrid, Barcelona, Sevilla, Bilbao y es importante conocer otras realidades», apunta el humorista, que se muestra encantado por haber hecho «un programa blanco y con buen corazón, lleno de gente buena, que en España y en todo el mundo la hay a borbotones, lo que pasa es que tenemos unos mandatarios que no están a la altura de la población». Una ruta entrañable y divertida que, asegura, puede ver todo el mundo, «desde el abuelo hasta la mascota».
Tras este viaje, cabe preguntarle si la risa va por regiones y es distinta en cada rincón. «Qué va, todos nos reímos de las mismas cosas. En un momento y en una situación concreta, cualquier cosa te hace gracia», asegura quien no cree en los límites del humor. «No hay límites, pero el humorista tiene que saber cuándo meter el chiste, eso si lo tengo claro». Y pone una anécdota personal. «En un duelo, nosotros nos hemos reído siempre, por lo menos en mi casa. Hace unos años, murió uno de mis hermanos y lo llevaron al anatómico forense para hacerle la autopsia. Fuimos para allí y lo tenían en la cámara frigorífica. Cuando lo sacaron, mi sobrino Álvaro le dio un beso. ‘¿Qué? ¿Cómo te lo has encontrado?’, le preguntaron. ‘Para meterle una caja de botellines’, contestó. Yo me río de estas cosas porque creo que tienen gracia y no hacen daño, pero hay gente a la que le parecen fatal».
Después de tantos años de trayectoria, ¿la relación de hermanos no se resiente? «Nada. Yo me puedo pelear con mi hermano ochenta veces, pero a mí se me pasa al minuto dos. Nosotros es que somos ‘jartibles’, que se dice siempre allí, estamos todo el día juntos, en familia», responde el humorista, que da gracias a la vida que le ha tocado: «Si yo me muriera ahora, no tendría ningún tipo de problema porque he vivido plenamente. ¡Pero no quiero morirme, eh!».
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Enlace de origen : «El humor no tiene límites, pero hay que saber cuándo meter el chiste»