Cuando Carlos Areces debutó como figurante en ‘El mundo nunca es suficiente’, Pierce Brosnan se negó a hacerse una foto con él. Más de veinte años después, con Areces ya convertido en un actor imprescindible, volvieron a coincidir en una entrega de premios y Brosnan … accedió a la foto, pero el flash de otra instantánea que tomaban delante en ese momento quemó la imagen, «con lo cual tengo una foto con dos siluetas blancas, así que una puede ser Pierce Brosnan o Joan Crawford». La anécdota sirve tanto para mostrar su mitomanía como para ilustrar el viaje profesional de un entrevistado brillantísimo e inabarcable que, además, es coleccionista compulsivo, dibujante y la mitad del grupo Ojete Calor. La emisión de la segunda temporada de ‘Muertos, S. L.’ (Movistar Plus+), comedia negra ambientada en una funeraria, nos permite hablar con Areces sobre los vivos y los muertos.
–No es usted muy de vermú.
–No. Ya tengo una edad en la que, de todas las drogas, la que peor me sienta es el alcohol.
–El papel de Dámaso Carrillo en ‘Muertos, S. L.’ estaba destinado a usted, coleccionista de fotos ‘post mortem’. Hasta publicó un libro.
–Sí, pero fue una experiencia terriblemente amarga porque, después de tres años de duro trabajo, el editor nos debe dinero a todos los implicados. Muy frustrante.
–Su personaje es mezquino y un tanto trepa. ¿Le cae bien?
–Caer bien es mucho decir, pero te mentiría si no te dijera que, en el fondo, muchos de sus comportamientos me resultan cercanos porque entiendo de dónde vienen y, en mayor o en menor medida, también son aplicables a mí.
–Como a casi todos, ¿no?
–Sí. Probablemente yo tengo todos los pecados que hay, pero la envidia y la pereza son los que más me representan. El egoísmo de Dámaso, mal que me pese, no me resulta tan lejano. Debo ser una persona horrible porque, al final, los puntos que tengo en común con la mayoría de mis personajes son los más oscuros, jajaja.
–Hoy no queremos ni ver la muerte.
–Sí. Como coleccionista de fotografía ‘post mortem’ tengo el fenómeno muy estudiado, y la manera de enfrentarnos a la muerte ha cambiado mucho desde hace unos 180 años, cuando empieza a haber documentación fotográfica. A finales del XIX, sobre todo en los pueblos, cuando alguien moría se lo velaba en casa, los vecinos ayudaban a ponerle la ropa adecuada y a lavarle, y por allí pasaba todo el pueblo a darle besos mientras el muerto descansaba sobre la cama en la que su cónyuge iba a dormir esa noche. Esto es radicalmente opuesto a nuestra sensibilidad occidental actual. Hemos creado una serie de pantallas y de personas encargadas de ocuparse de tratar con gente muerta a la que hemos conocido y querido, y yo me alegro de no tener que ser el que se encargue de todo ese proceso. Les agradezco a todos esos profesionales que me ahorren pasar por un trance tan desagradable.
–Desde luego.
–Pero fíjate que, en otros lugares, la manera de velar a los muertos es muy distinta. Si pones en Google «funerales Puerto Rico», verás que colocan al muerto realizando alguna actividad que le gustaba practicar, desde tomar cervezas en el bar hasta montar en moto. Lo visten con la ropa que solía llevar y lo colocan en una especie de diaporama loco que nos resulta chocante. Sin embargo, no son más que expresiones de afecto que se viven de otra manera. Hace poco vi un vídeo en el que en algún país latinoamericano se estaba perreando al muerto: el muerto estaba en el ataúd, y una chica le frotaba el culo por la cara. Qué raro sería imaginarse al abuelo en esas circunstancias.
–Si le velaran en Puerto Rico, ¿en qué posición le pondrían?
–Pues sería muy aburrida, porque sería o jugando con mis muñecos o tumbado viendo alguna película o leyendo un libro, o sea, un coñazo. O que me velaran en el cine viendo alguna película de Tarantino, que me encanta, con cara de circunspecto con la mano en la barbilla. Eso o quejándome por algo, que es muy propio.
Pasar de moda
–Lleva más de veinte años de carrera. Ya no tendrá esa sensación de provisionalidad profesional que alguna vez ha comentado.
–No, no me ha abandonado. Está relacionada con el síndrome del impostor, si bien no es exactamente lo mismo, porque el miedo a que todo desaparezca es mucho más real. Es francamente difícil tener una carrera de más de veinte años siendo muy prolífico en tu trabajo, y me preocupa porque les ha pasado a otros compañeros antes que a mí: de repente estás de moda y, de repente, pasas de moda y el teléfono deja de sonar. No sabes cuándo te va a pasar a ti ni en qué medida, pero eso no es ajeno a nadie que tenga una ocupación artística, porque, al final, depende del público.
–Es usted muy mitómano.
–Sí. Antes de dedicarme a esto, me pasé los noventa recorriendo todos los cines que había en Gran Vía cada jueves, que era el día de los estrenos, y me hacía fotos de carrete con las grandes estrellas del cine patrio del momento, así que tengo una gran colección de fotos con gente con la que luego he trabajado.
–No le negará una foto a nadie.
–Siempre que alguien me pide una foto, me la hago con dos excepciones: si estoy hablando por teléfono no, porque una cosa es la mitomanía y otra cosa es la mala educación, que me han llegado a pedir una foto hablando por teléfono con lágrimas en los ojos. Y si estoy comiendo, en algún caso me he negado porque no me parece el momento.
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Enlace de origen : «Es difícil tener una carrera larga siendo muy prolífico»