«Quienes se bebieron su estanque no pudieron seguir donde estaban»

«Quienes se bebieron su estanque no pudieron seguir donde estaban»

Durante la última COP, la ONU presentó las conclusiones de uno de sus últimos estudios sobre sequía y desertificación. Sus conclusiones insistían en que el planeta se enfrentaba a una emergencia «sin precedentes», en la que cada vez hay menos agua. En un mundo en el que el agua es un bien cada vez más escaso —y más preciado— la sed se ha convertido en un problema importante. Uno que, a pesar de un contexto como el actual que lo agrava, no es nuevo. La antropóloga Virginia Mendoza lo aborda en ‘La sed’, que acaba de publicar Debate, un viaje que parte de La Mancha y recorre el mundo —y su historia— buscando los ecos de la falta de agua.

-Su historia de la sed se remonta al comienzo de los seres humanos. ¿Cuánto debemos a la búsqueda de agua?

-Al agua le debemos nuestra existencia, así que imagina cuánto debemos a su búsqueda quienes procedemos de zonas áridas. Casi todo. Nos acostumbramos a que algunas cosas ya estén ahí, sea un río o un grifo, y quizás eso nos aleje de un miedo que quizás sea universal, porque ha habido infinidad de culturas cuyos mitos fundacionales empiezan con una sequía o un diluvio.

-Cita un refrán, «la rana no se bebe el estanque en el que vive», que parece bastante apropiado para estos tiempos de uso excesivo de los acuíferos. ¿Nos permite comprender la historia del agua mejor los retos de este presente de emergencia climática y tan intensa sequía en tantos lugares del mundo?

De casi todo aquello que he encontrado escribiendo este libro, puede que este proverbio que comparten sioux y chinos sea lo que más me ha marcado. Es una gran enseñanza que todos deberíamos integrar. Creo que sí, comprender la historia de nuestra relación con el agua puede darnos algunas pistas. Por ejemplo, profundizar en esas culturas que colapsaron en plena sequía o salieron adelante nos da una idea de qué hacer y qué no hacer, a grandes rasgos e independientemente de todo lo que nos distancia. Pero hay rasgos esenciales: quienes se bebieron su estanque no pudieron seguir donde estaban. Salieron adelante quienes hicieron un uso inteligente de sus recursos y, algo que me parece muy importante, quienes de algún modo reforzaron sus lazos.

-¿Tiene la falta de agua un efecto dominó que va mucho más allá del momento y de los sospechosos obvios, como la pérdida de sequías?Sus ejemplos históricos —y también los actuales— apuntan a suicidios, depresiones colectivas e incluso inicio de revoluciones.

Esos casos que apuntas hablan precisamente de por qué hablo de sed y no de sequía. Los campesinos que se han suicidado en zonas rurales de la India en plena sequía no lo hacen solo por la sequía, sino porque la sequía pone en riesgo su cosecha y perderla supone no poder pagar las facturas mientras les persiguen acreedores. Esa situación extrema no la provoca el clima, o no lo hace solo. Igual ocurre con el inicio de varios motines del pan: quienes no podían dar de comer a sus hijos porque no podían pagar el pan y se levantaron contra los poderosos no lo hicieron por la sequía, sino porque en plena sequía, mientras perdían cosechas, mientras les decían que apenas había grano disponible, descubrían que había un acaparador en su ciudad.

-En el libro habla de cómo en los descubrimientos que se han hecho en La Mancha, justamente, las personas enterradas más poderosas parecen estar conectadas con el agua. ¿Fue el agua la primera piedra para crear la desigualdad?

Las primeras civilizaciones fueron civilizaciones hidráulicas. En el caso de La Mancha, la cultura de las motillas se considera sociedad hidráulica porque no hay evidencias de escritura, pero tiene en común con Egipto, Mesopotamia, China o Harappa la importancia del agua y el poder en torno a ella. En culturas como la de las motillas se está estudiando el origen de la desigualdad en la península ibérica. Y esa desigualdad residía en el control del agua y también del grano, porque las motillas no eran solamente pozos, sino que en muchos casos también albergaban silos y se convertían en puntos de enterramiento en los que los ajuares hablan del distinto estatus de los enterrados.

-¿Será el marcador de las grandes desigualdades del futuro? Leyendo las historias que comenta de caídas de imperios y regímenes políticos por culpa de la sequía parecen historias muy lejanas, pero al mismo tiempo no tanto.

Posiblemente. Ya lo es en muchos lugares. Pero esas caídas del pasado no fueron por culpa de la sequía, sino porque en plena sequía se dieron otros factores que a menudo tenían que ver con el acceso desigual a los recursos y el abuso de poder.

-Y en relación con esto, cuenta que la primera guerra fue por el agua. ¿Seguirán siendo las guerras del futuro también por este elemento?

Es la primera guerra de la que tenemos constancia porque quedó documentada. Quizá algún día una arqueóloga dé con otra. Pero, además de la primera guerra, está considerada la primera del agua porque lo que estaba en juego era una tierra especialmente fértil. También la querella más antigua de la que tenemos constancia escrita en la península ibérica habla de una lucha por el agua, aunque se resolvió de manera pacífica acudiendo a la mediación de un pueblo neutral.

-Al mismo tiempo, ¿ha sido la sed una excusa para tapar otros problemas? Esto es, mientras acusas al agua y su ausencia tienes un chivo expiatorio. Estoy pensando en lo que comenta en el libro sobre como durante la dictadura se hablaba todo el tiempo de la «pertinaz sequía» como una maldición temporal cuando ni era ni nueva ni tampoco, como demuestra echando mano de la historiografía, la historia completa.

La sequía ha sido excusa a menudo, sí, como ocurre en el caso que comentas. La prensa del siglo XIX también hablaba de pertinaz sequía y, poco antes, a principios de la década de los treinta, se dio otra grave sequía que llevó al límite a gran parte de Andalucía y La Mancha. En los años 40, los conocidos años del hambre, se dio una auténtica hambruna, pero la famosa «pertinaz sequía» no estaba sola porque esa hambruna afectó sobre todo a unas zonas muy concretas y no se ensañó con los jornaleros por casualidad.

-Hila en el libro sus recuerdos de infancia y también los de si familia sobre la falta de agua. Es algo que ha estado muy presente en vuestras vidas, pero ¿cree que en España hemos perdido la memoria colectiva de la sequía y, por tanto, del valor del agua? ¿Nos hemos acostumbrado a que la ciencia —y las infraestructuras— acaben haciendo que cuando abrimos el grifo el agua siempre aparezca?

Sí. Además, en parte por esto reivindico tanto el papel de las personas que fueron desplazadas, a menudo a la fuerza y a menudo con violencia, para que sus pueblos los inundaran embalses. Si olvidamos el sacrificio de decenas de miles de personas gracias a quienes tenemos agua en casa, ¿cómo vamos a ser conscientes de que venimos de eso que nombras, de esa «memoria colectiva de la sequía»?

-Y hablando de esas infraestructuras, ¿es la sed la excusa que mentamos —un poco como la carta arrolladora del Uno— para imponer ciertas obras por encima de otras cuestiones, como el impacto medioambiental o los sociales?

También ha ocurrido esto que apuntas. A esas personas se les habló de bien común, aunque a nada que investigues un poco sobre algunos embalses verás que no siempre fue tan común ni tenía que hacerse en esas condiciones a la fuerza. Fayón ni siquiera se iba a inundar, ¿por qué se decide finalmente un cambio de ubicación de presa que supone su inundación sin vuelta atrás? Ya desde finales del siglo XIX estaba muy arraigada la idea de que España no podría despegar económicamente porque llovía poco, tarde y mal y además estaba muy extendida una idea utilitarista del agua, la de que España desperdiciaba el agua de sus ríos en el mar. Los embalses que entonces se planteaban eran para regadío, todo lo demás vendría después, pero esa base fue muy útil después a la hora de dejar de lado las consecuencias sociales y medioambientales. Si le sumas a la idea de que te sacrificas por el bien común el hecho de que en los años 50 o 60 vas a tener que callarte… Aunque tampoco en democracia pudieron hacer mucho por salvarse ni quienes se subieron a los tejados de sus casas en Riaño ni quienes se encerraron en el ayuntamiento del pueblo en los noventa para evitar que el embalse de Lindoso inundase Aceredo…

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