Los bolos huertanos alertan de su desaparición si no reciben apoyo económico e institucional

Los bolos huertanos alertan de su desaparición si no reciben apoyo económico e institucional

Pepito El Colorao IV no sale en los libros de historia de los Juegos Olímpicos, pero fue uno de los pocos murcianos que estuvo en Barcelona 92. «Me dieron un diploma. Para mí es lo más grande que se ha hecho en los bolos huertanos», recuerda el murciano, cuarto miembro de una saga familiar de jugadores, que participó en un evento de deportes autóctonos organizado por la cita olímpica. A Pepe, que empezó «prácticamente a andar en un carril de bolos», le da pena que ahora los niños apenas se topen con pistas en la huerta. A sus 74 años, ve en peligro de extinción un juego que no solo ha sido su vida, sino cinco siglos de cultura y tradición murciana. «¿Qué queda en la huerta más antiguo que los bolos y que siga activo?», se pregunta.

Tanta es la pasión de los jugadores que uno de los mejores de los últimos tiempos, Pepe Manzano, ha recopilado todo tipo de fotografías, anécdotas y resultados en el libro ‘Los bolos huertanos. 1523-2023’. Durante décadas, derribar bolos en pistas de arena bajo la sombra de limoneros fue el principal entretenimiento de huertanos y señoritos. El auge llegó en el último tercio del siglo XX, cuando «podía haber 500 u 800 personas viendo un partido entre selecciones de la margen derecha y la izquierda del río Segura, como el que se jugó el miércoles», recuerda Ángel Martínez, presidente de la federación de bolos.

La gran masa social atraía a patrocinadores, así que los jugadores incluso ganaban dinero. «La gente no cabía en el campo. Pero en pocos años hemos ido a menos», se lamenta ‘El Colorao IV’. «Me he tirado toda la vida jugando y ahora he vuelto por el gusanillo del libro, pero he estado cuatro años retirado, la falta de afición me desanimó», reconoce Manzano.

La competición, que llegó a sumar tres divisiones y más de 50 equipos, se ha quedado en nueve. Ángel Martínez calcula que hace 20 años el 80% de los murcianos conocía los bolos huertanos, pero actualmente el porcentaje está en torno al 5%. Él subraya como primer obstáculo que «los bolos siempre han estado muy vinculados a bares y merenderos de la huerta de Murcia, pero para ellos ahora el negocio es prácticamente cero». En cualquier caso, directivos y jugadores citan numerosas razones: falta de interés, menos pistas, ausencia de relevo generacional, escasos patrocinadores y nula adaptación a nuevos tiempos.

«Es un círculo vicioso», resume Pepe Manzano, pero todos coinciden en que solo queda una solución: «El punto de inflexión está en manos de la Administración. Si no hay ayuda, no se puede recuperar». «La principal demanda es apoyo, económico, pero sobre todo de difusión», explica el presidente de la federación. Las pasadas Fiestas de Primavera intentaron recuperar el juego que se organizaba en el Malecón antes de la pandemia. Tras meses insistiendo, aseguran que el Ayuntamiento lo negó una semana antes por «falta de tiempo», y ahora la idea es instalar una pista permanente. «El sitio perfecto es entre el bar del jardín y la escalinata. Si jugara un equipo allí y cada fin de semana pasan 200 o 300 personas, la gente conocería el deporte. Lo que no vale es que se ponga donde lo vea nadie», reclama Ángel Martínez.


Vídeo explicativo sobre los bolos huertanos.

Apoyo institucional para recuperar visibilidad, llevar los bolos de la huerta a la gente, es la principal misión. También se intentó, junto al Ayuntamiento de Murcia, con un proyecto de formación a profesores de Educación Física para enseñar a estudiantes. La segunda fase contemplaba una competición interescolar, «pero la campaña, que tenía un coste de 3.000 euros, se cortó hace años y no ha habido manera de retomarla», asegura el presidente de la Federación. «Es un deporte complejo, aprender un mínimo es complicado, por eso hay que enseñar desde jóvenes. Es la única manera de sacar gente nueva», cuenta Pepe Manzano.

En respuesta a preguntas de LA VERDAD, fuentes de la Concejalía de Deportes no entran a valorar medidas concretas, pero se muestran «totalmente receptivos a cualquier propuesta de asociaciones deportivas, aún más, si están estrechamente relacionadas con la identidad murciana». Además, afirman que trabajarán «de la mano para fomentar y preservar este deporte tan nuestro».

Ángel Martínez, presidente de la federación.

Ángel Martínez, presidente de la federación.


Ros Caval / AGM

Juan Antonio Martínez, secretario de la federación, también propone difundir los bolos entre los adolescentes «como patrimonio, para que los chavales conozcan las tradiciones. Yo creo que perderemos el deporte y lo rescataremos como algo cultural». En todo caso, las limitaciones son las mismas: dinero y tiempo. «Somos prácticamente él y yo», subraya en la oficina personal de Ángel Martínez, donde se reúnen por «el mal estado» de la sede de la federación.

Su única subvención son 9.000 euros que reciben de la Comunidad, y la mayoría de iniciativas nacen de forma desinteresada. Aunque se abandonó el proyecto escolar, ellos siguen visitando colegios para dar charlas y cursos. «Sobre todo en Murcia, pero hemos ido hasta Lorca o Mazarrón. Yo me puedo quitar una mañana a la semana de mi trabajo, pero no todo el mundo. Y te fastidia por los centros y los críos, por eso no le he dicho a nadie que no», cuenta Ángel Martínez.

Esa es la última esperanza antes de que los bolos desaparezcan: los colegios les llaman, aún resiste una mínima demanda social. «Cuando salimos con la carroza en el Bando, a todos les encanta», subraya Juan Antonio Martínez. «Yo lo tengo claro, con 30.000 euros al año podrías poner a una persona a media jornada para dar charlas y organizar torneos. Así, en diez años, se podría recuperar», asegura el presidente, que este año acaba su mandato de ocho años y cree que debe dar un paso al lado, pero nadie quiere presentarse a las elecciones.

Sin estímulos, el futuro solo invita al pesimismo. «Si el Ayuntamiento no se lo toma como un patrimonio cultural o inmaterial y aporta, no hay solución», sostiene Pepe Manzano. «Hay un montón de personas que se han dejado el corazón y ven que esto no va a ningún sitio. Así es duro», coincide Juan Antonio Martínez. El pasado miércoles se disputó en Rincón de Seca, el gran clásico entre selecciones de los dos márgenes del río, una especie de All-Star, como en la NBA. Fue una cita deportiva, pero también de reivindicación de la huerta. Tal vez sea una de las últimas. Al pensar en el futuro, a Ángel Martínez no se le borra el gesto de preocupación: «Cuando se hayan perdido, nos gastaremos mucho en intentar recuperarlos, y ahora que están todavía con posibilidad de poder salvarlos, los estamos dejando ir».

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